lunes, 14 de septiembre de 2009

Recordando pasajes de la vida


Hace un par de meses, nos juntamos varios primos. No nos veíamos desde hace muchos años. Fue un encuentro grato. Volver a oir sus voces, sus risas. Volver a ver sus gestos nos lleva a la infancia. Y parece que todos sentimos algo de nostalgia por esa infancia. Y reafirmo mi idea de que las raíces no se deben olvidar. Ahí está nuestra esencia, lo que realmente somos.
En esa reunión de primos, donde por cierto faltaron varios, me di cuenta de que tengo ( y mis hermanos tambien) una ventaja: haber vivido con mi abuela Sara. Ya escribí por ahí que los recuerdos que tengo de ella son una mezcla entre dulce y amarga, pero de todas maneras es una ventaja, porque tengo muchos recuerdos de ella.
Me gustaba meterme a intrusear en el ropero, donde estaban sus carteras. Sacaba alguna cuando nadie me veía y me la colgaba al brazo y me miraba en un espejo. Sus carteras eran un lugar de misterios, siempre había algo bonito o rico o papeles sin sentido para mi. Libretitas negras con cuentas, nombres, direcciones. Un espejito, un lápiz labial de exquisitio aroma y de color furte. No le gustaban muy rojos, ni rosados, más bien color coral. Unos guantes de cuero negro, un collar de perlas, pañuelos de tela (que ya casi no se usan), con un poco de su aroma.
Me gustaba su cartera color marfil; ¿dónde se habrán ido sus carteras, sus guantes, sus collares?.
En esta foto aparece mi abuela Sara con su prima Rosita Huenumán de Victoria